De Juan 1:1-3, se desprende que:
a) JESUCRISTO ES VERDADERO DIOS.
El Verbo se hizo hombre. La misma palabra por medio de la cual Dios creó todas las cosas tomó forma humana. El texto griego original, coloca primero el predicado “Dios”, sin artículo, denotando no una persona sino la misma naturaleza divina – como si Juan hubiera presentido que existirían personajes como los “Testigos de Jehová” y otros. Así la traducción correcta sería: “ Y Dios era el Verbo.”
Cuando intentan traducir “era un dios” lo hacen de manera incorrecta, basándose en Hechos 28:6, donde la traducción sí es correcta, pero no es la misma de Juan 1:1.
En el primer caso, los que opinaban que Pablo era un dios, eran idólatras que admitían muchos dioses, no así quien afirma que el Verbo era Dios. Juan era un judío enteramente monoteísta para quien la sola idea de admitir muchos dioses era una blasfemia.
b) En Romanos 9:5, se expresa:
“de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual ES DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS, bendito por los siglos. Amén”.
Otros textos que reafirman la divinidad de Jesús: Fil. 2:6 ss; Tito 2:13; 1 Jn 5:20. Todo el capítulo 1 de Hebreos nos habla sobre la superioridad del Hijo. Juan 20:28. Como vemos, en mas de una ocasión Jesucristo es llamado Dios.
Otra prueba fehaciente son los versículos que ponen a Cristo al igual que Dios el Padre: Jn 5:18; Fil. 2:6 y los que declaran que Jesucristo recibe la adoración y el honor que solo Dios merece, por ejemplo: Juan 5:23; Hch. 7:59; Heb. 1:6; Ap. 5:12-14.
La misma enseñanza de Jesús con sus pretensiones divinas molestaba a los judíos. El manifestaba tener una relación intima y eterna con el Padre. Noten por ejemplo:
“Mi Padre ha trabajado hasta ahora, yo también trabajo.” Juan 5:17
“Yo y el Padre somos uno solo”. Juan 10:30
“Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí”. Juan 14:11
De ahí la indignación y la acusación de los judíos cuando decían “… se ha hecho Hijo de Dios”. (Jn 19:7).
Así que parafraseando distintos versículos concluimos que:
Conocerlo a él era conocer a Dios;
verlo a él era ver a Dios;
creer en él era creer en dios;
recibirle a él era recibir a Dios;honrarlo a él era honrar a Dios.
Nos detendremos entonces, en unas de las controversias más fuertes de Jesús con los judíos relatados en el capítulo ocho de Juan.
“En verdad les digo, que el que hace caso a lo que yo digo, nunca morirá”… esta declaración era inaceptable para sus oponentes.
“Abraham y todos los profetas murieron – le contestaron – ¿acaso tú eres más que nuestro padre Abraham?… ¿Quién crees que eres tú?”
“Abraham, el antepasado de ustedes se alegró porque iba a ver mi día,” replicó Jesús.
Los judíos se quedaron más perplejos aún – “Todavía no tienes ni 50 años, ¿y dices que viste a Abraham?” le dijeron.
Entonces Jesús les contestó con una de las pretensiones mas punzantes que jamás hiciera antes: “En verdad les digo, que desde antes que Abraham existiera, existo yo.”
Entonces tomaron piedras para arrojarle. La ley de Moisés ordenaba matar a pedradas al blasfemo, y a primera vista, uno se pregunta ¿qué fue lo que ellos interpretaron como una blasfemia en las palabras de Jesús? Por cierto que estaba de por medio su pretensión de haber vivido antes que Abraham. Esto lo dijo varias veces. El había “bajado” del cielo, “enviado” por el Padre. Pero esa pretensión era tolerablemente inocente. Debemos observar con más cuidado. Notemos que el Señor no dijo: “antes que Abraham existiera, existía yo” sino “EXÍSTO yo” (literalmente: “yo soy”). Era por la tanto, la pretensión de haber existido eternamente antes que Abraham. Pero ni aún ésto es todo. En ese “yo soy” hay algo más que una pretensión de eternidad: hay una pretensión de deidad.
YO SOY, es el nombre divino con que Jehová se reveló a Moisés desde la zarza ardiente: “Yo soy el que soy… dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros” (Ex. 3:14).
Este es el título que Jesús toma para sí con toda tranquilidad. Fue por eso que los judíos tomaron piedras para vengar tal blasfemia.
Otro hecho significativo, es que posteriormente, después de su resurrección, el incrédulo Tomás se encontraba con los otros discípulos en el aposento alto. Allí Jesús le invita a meter su dedo en las llagas y su mano en el costado. Sobrecogido de temor y tal vez de espanto Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20:28). Jesús reprendió a Tomás por su incredulidad, pero no por su adoración.
A lo largo de su ministerio Jesús tenía plena conciencia de su divinidad, la enseñó y la afirmó con sus hechos.
Es suficiente mirar su vida, para caer a sus pies en adoración como lo hiciera el mismo Tomás.