Apocalipsis Capítulo 19
La condenación final de la bestia y del falso profeta, vv. 17-21
Es, sin duda, majestuosa la figura del ángel, que nos dice que “parado sobre el sol”, gritaba la invitación a todas las aves del cielo, a la gran cena de Dios. Cosa que de alguna manera presenta un gran contraste con las “bodas de la Cena del Cordero” en el verso 9. Pues también queda claro en el texto que es una “cena” para las aves de rapiña (vea también Ez 39:17-20).
Podemos detenernos a considerar el lugar geográfico donde se libra la batalla, y teniendo en cuenta el lugar paralelo anterior en 16:14,16. Donde se nos presenta como Armagedón, es decir la meseta de Meguido, también denominada en otros pasajes como “llanura de Jezreel o de Esdraelón”. Para citar solo algunos eventos importantes, que allí acontecieron, podemos recordar la lucha de Barac contra los cananeos (Jue. 4:5), cuando hasta las estrellas pelearon desde sus órbitas; allí también derrotó Gedeón a los Madianitas (Jue. 7). Allí murió Josías a manos del faraón Necao (2 R. 23:29), entre otros hechos.
“Los reyes de la tierra con sus ejércitos”, son los que hasta este momento tienen todo el poder político y económico. Pero el papel protagónico sobre ellos lo tiene la bestia, es decir, el Anticristo, que es la misma del 13:1-10 y los reyes serán los diez reyes de la gran confederación europea -y a cambio del poder que han recibido- además de otros aliados, ayudarán a la bestia en la batalla final. El verso 20, que nos relata la captura del Anticristo, nos muestra detalles de la actividad que el falso profeta había desarrollado a su favor. Falsos milagros, con los que había engañado sobre la tierra a los que tenían la marca de la bestia.
Debemos notar que en este relato, el Anticristo y su falso profeta son arrojados vivos al infierno (v. 20). Esto aunque no debemos olvidar, que el infierno fue creado para el diablo y sus ángeles (Mt 25:41) Cuando el diablo sea arrojado en el infierno (20:10), el Anticristo y su falso profeta, habrán pasado allí más de mil años.
Por otra parte, del resto de los enemigos solo se nos informa que “fueron matados por la espada de Cristo y que todas las aves se hartaron de sus carnes” (v. 21). Es normal que nos preguntemos ¿a dónde fueron ellos?. Pues, descendieron en su muerte al sepulcro, para acudir unos mil años después, al juicio final ante el Gran Trono Blanco (20:11 y ss), antes de ser igualmente arrojados al infierno (20:15; 21:818).
Tenemos que notar aquí, que la victoria se lleva a cabo, no por las fuerzas celestiales del ejército de Jesucristo, sino por la todopoderosa Palabra de Dios simbolizada por la “espada aguda” (vv. 15,21-VRV) que sale de su boca. Esta palabra es como espada de dos filos, ya que puede ser palabra de gracia y misericordia para unos y palabra de juicio contra otros.
Esta misma palabra deja bien claro por el mensaje del evangelio, que el gran amor de Dios por la humanidad, se hace carne en Jesucristo “para que todo aquél que en El crea no se pierda sino que tenga vida eterna”. El plan de Dios es que cada ser humano se apropie de su gracia y sea bendecido en esta tierra y en la eternidad
Pero también Dios, es en su carácter justo, santo y soberano. En El hay un equilibrio perfecto en su personalidad. Por eso confiamos en un Dios de amor que quiere lo mejor para su creación. Pero la palabra de Dios nos enseña que El no puede contradecir su propia palabra. Sería una locura despreciar su misericordia porque entonces solo queda pasar por un juicio sin misericordia.
No podemos solo tomar los pasajes bíblicos que nos hablan de su amor, e ignorar los que nos hablan de su justo juicio. Como dice un estudioso: “La presente época revela la gracia de Dios y el juicio suspendido. La época venidera aunque continuará siendo revelación de la gracia de Dios, ofrecerá evidencia contundente de que Dios trae a juicio toda obra malvada, y que los que desprecian Su gracia han de experimentar Su ira.”