3. La tercera razón por qué es necesaria esta oración constante, persistente, desvelada y triunfante, es que aquellos hombres que Dios puso como modelo de lo que el cristiano debe ser – los apóstoles – consideraban la oración como la ocupación más importante de su vida.
Cuando las responsabilidades crecientes de la iglesia primitiva pesaban sobre ellos, “los doce convocaron la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, siete varones de vosotros de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, los cuales pongamos en esta obra. Y nosotros persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra” (Hechos 6:2-4). Parece evidente de los escritos de Pablo, que dedicaba mucho de su tiempo y fuerza y pensamiento a la oración por las iglesias así como por los individuos. Estúdiense Romanos 1:9; Efesios 1:5, 16; Colosenses 1:9; 1 Tesalonicenses 3:10; 2 Timoteo 1:3.
Todos los hombres poderosos en el servicio del Señor en todos los tiempos, han sido hombres de oración. A pesar de los muchos rasgos distintivos que los han diferenciado, en este respecto todos han sido semejantes.
4. Pero hay una razón mas poderosa a favor de esta oración constante, persistente, desvelada y victoriosa: La oración ocupó un lugar muy prominente y era de suma importancia en la vida de nuestro Señor sobre la tierra.
Por ejemplo, leamos Marcos 1:35: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” El día anterior había sido muy pesado, pero Jesús acortó las horas del sueño para poder darse a la oración que era mas necesaria que el sueño.
Abramos en Lucas 6:12 y leamos: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.” De cuando en cuando, nuestro Salvador se vio precisado a pasar toda una noche en oración.
Las palabras “orar” y “oración” se emplean cuando menos veinticinco veces con relación a la breve historia de nuestro Señor en los cuatro Evangelios, y otros pasajes en los cuales no se emplean estas palabras, indican que oraba. Sin duda, Jesús pasaba mucho tiempo y empleaba mucha de su fuerza en la oración y una persona que no lo emplea sabiamente no puede llamarse propiamente discípulo de Jesucristo.
5. Hay otra razón a favor de la oración constante, desvelada y triunfante, que parece aún mas poderosa, que es: que la oración es la parte principal del ministerio actual de nuestro Señor resucitado.
El ministerio de Cristo no terminó con su muerte. Su obra expiatoria fue consumada entonces, pero cuando resucitó y ascendió a la diestra del Padre, dio principio a otra obra por nosotros igualmente importante en su lugar como la de la expiación. No puede divorciarse de su obra expiatoria; descansa sobre aquella como su fundamento; pero es necesaria para nuestra perfecta salvación.
En Hebreos 7:25, encontramos lo que es esta obra actual, por medio de la que perfecciona nuestra salvación: “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” Este versículo nos dice que Jesús puede salvarnos eternamente, o completamente, hasta la perfección absoluta, porque no solamente murió, sino también porque está “viviendo siempre”. El versículo nos revela también por qué vive ahora “para interceder por nosotros”, para orar. La cosa principal que hace actualmente es orar. Por sus oraciones nos está salvando.
La misma enseñanza se halla en aquel pasaje notable y triunfante de Pablo en la carta a los Romanos: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (8:34).
Si hemos de tener compañerismo con Jesús en su obra actual debemos orar mucho; debemos darnos a la oración constante, perseverante, desvelada y victoriosa. Nada me ha impresionado mas de la importancia de orar en todo tiempo, de estar ocupado constantemente en oración, como esta enseñanza: que aquella es la ocupación principal de nuestro Señor resucitado en la actualidad. Deseo tener comunión con él y he suplicado al Padre, que haga de mí un intercesor, un hombre que sepa orar y que dedique mucho tiempo a la oración.
Este ministerio de intercesión es glorioso y poderoso, y todos podemos tener parte en él. El hombre o la mujer que no puede estar en los cultos públicos por causas de enfermedad, puede tener parte en él; la madre ocupada; la mujer que tiene que ganarse la vida trabajando de lavandera puede tener parte en él, puede mezclar sus oraciones por los santos, por su pastor, por los inconversos y por los misioneros en el extranjero, con el jabón y el agua, mientras que se inclina sobre sobre su trabajo y no por esto hacerlo con menos esmero; el comerciante puede tener parte en él, orando mientras que pasa de un quehacer a otro. Pero, por supuesto, si deseamos mantener este espíritu de oración constante, debemos emplear tiempo – y suficiente tiempo – para encerrarnos a solas con Dios en el lugar apartado con el fin de no hacer otra cosa que orar.
Del libro “Como Orar” por R. A. Torrey.
(Continuará).