• Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. (Ro. 5:6).
• Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. (1ª Jn 5:11).
«Huérfano de padre y abandonado por mi madre a la edad de dos años, me llevaron a un orfanato. La educación severa que recibí, sin ningún amor, no hizo más que amargarme y hacerme rebelde. A los dieciocho años, mayor de edad y libre, al fin pude vivir como quería y disfrutar al máximo de todos los placeres. El alcohol, la droga y el desenfreno me llevaron a lo más bajo de la sociedad. Acabé en la cárcel y luego en la calle, en donde durante veinte años viví en la miseria y sin esperanza alguna.
Fue entonces cuando un día un creyente me ofreció un Nuevo Testamento, cuya lectura no me aportó ninguna serenidad. Sin embargo, los textos que hablaban de un Dios de amor quedaron grabados en mi memoria. Traté, sin resultado, de buscar a ese Dios en las iglesias y las peregrinaciones. Desanimado, me hundí aún más en la droga y el alcohol. Lo único que deseaba era la muerte, por eso traté de suicidarme.
Pero un día que nunca olvidaré, todo cambió. Mientras mendigaba en la calle, dos jóvenes se acercaron a mí y me hablaron de Jesús el Salvador, única persona capaz de sacarme de la miseria. Ése fue el punto de partida de mi nueva vida. Todo mi pasado estaba ahí, ante mí, negro como el carbón. Pero Dios, mediante su Palabra, me daba a conocer su perdón y su amor perfecto en Jesucristo. Desde ese día sé que me ama y no ha dejado de demostrármelo». Frédéric
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24-25).
Fuente: amen-amen.net