por CABALLERO YOCCOU
La singularidad de las sagradas escrituras y su pertinencia en nuestras vidas hacen que se lectura y estudio sean imprescindibles. Tienen en su contenido el material necesario para mostrarnos el sendero de justicia y el método para agradar a Dios. Las Escrituras, por su naturaleza de “libro inspirado por Dios”, llevan el pensamiento trascendente de su autor y los elementos capaces de conformar la vida de sus estudiantes a los designios del Espíritu. Por ello -y seguramente bastante más- el tema es importante y único. Notemos algunos aspectos destacados.
1. La Escritura es el único libro que describe y soluciona el problema del pecado ¿Se puede acaso tratar un mal cualquiera sin un diagnóstico adecuado? ¿Es posible hacer ese diagnóstico sin tener elementos de referencia? ¿Se obtendrán los parámetros necesarios sin estudio e investigación? Todas estas preguntas reciben la misma respuesta: NO.
En Hebreos 4:12 leemos que “la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos…” Este carácter sensacional del libro de Dios no puede ser desestimado, máxime que “viviente” o “viva” en el contexto bíblico significa dinámica, que se mueve y hace mover. También que imparte esa vida como “el Hijo del Dios viviente” (Mt.16:16). “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mr.12:27) y en Hechos 7:38 dice que “Moisés recibió palabras de vida para darnos”.
Esos efectos vitales de la Palabra de Dios los hallamos expresados en numerosas escrituras. Volvamos ahora a He. 4:12 “la palabra de Dios es viva y eficaz… que penetra en el alma… y discierne (juzga, critica) los pensamientos e intenciones del corazón”, cuyo significado es paralelo a 2 Ti. 3.16: “Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para… redargüir”, estando ambas declaraciones en la misma línea de pensamiento: revelar los puntos oscuros de nuestra conducta o procedimiento. Y esto lo logra por diversos mecanismos, como el mencionado en Stg. 1:23-24, en donde la Palabra es como un espejo que nos muestra el rostro natural, con sus manchas y defectos. Pero no solamente descubre la falta, sino que además muestra el camino para que “el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado en toda buena obra”.
2. Solamente la Escritura puede limpiarnos.
Una vez que hemos descubierto el mal ¿qué debemos hacer? El Salmo 119.9 nos lo dice: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”. De allí la imperiosa necesidad de cumplir con las indicaciones de la Palabra. El lector y el estudioso de la Biblia halla en sus páginas la manera de obtener limpieza, purificación.
En el camino a Getsemaní el Señor dijo a sus discípulos: “vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado”, y un poco después agregó en la oración sacerdotal: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es la verdad”. En Ef.5:25-26 dice: “Cristo también amo a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra…” Muchas veces no podemos retener como quisiéramos todo el contenido de la Escritura, aunque mas no fuera que textualmente lo que hemos leído, pero no logramos recordar todo, como tampoco podemos evitar que realice en nosotros su obra generosa cuando la aplicamos con fe y obediencia.
3. La escritura capacita con el poder del Espíritu Santo.
Una vez que el pecado ha sido descubierto, confesado y limpiado, ciertamente el paciente necesita aumentar sus energías. Así como la impureza debilita y mata el alimento restablece y prepara para el combate que la vida representa. La instrucción de la palabra es tal como lo presenta 1 P.2.2: “leche espiritual no adulterada” para crecer sanos, es pan de vida que alimenta la naturaleza divina en nosotros (2 P.1:4) vigorizando nuestra vida interior. El Señor Jesús confirmó en sus declaraciones del desierto que “no con solo pan vivirá el hombre, sino con toda palabra que sale de la boca de Dios”. Dos veces el salmista dice que la palabra se parece a la miel (Sal.19.10; 119.103). Jeremías habla de
4. La Escritura garantiza el triunfo sobre el pecado.
La instrucción bíblica fortifica la vida cristiana. Lo comprobaremos cuando debemos enfrentar las fuerzas del mal. El Señor se refirió a los fariseos como “sepulcros blanqueados” –una forma gráfica de describir la derrota- porque no vivían interiormente lo que enseñaban de las Escrituras a otros. Poseían las formas pero carecían del triunfo, en cambio Cristo maravillaba a las gentes “porque les hablaba con autoridad, como los escribas”.
Entre los elementos de la armadura del creyente en Efesios 6 está la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. ¿Podemos imaginar a un soldado romano sin espada? Seguramente era el arma ofensiva más eficaz. Por eso el cuidado del salmista (119.11): “En mi corazón he guardado tu palabra para no pecar contra ti”. El corazón aparece como el centro de los pensamientos, de toda la vida interior, que se traducirá en hábitos, disciplina y vivencias. Guardar el corazón es imposible sin el auxilio del las Escrituras.
La gran recomendación de Dios a Josué fue: “solamente esfuérzate y sé “comer las palabras” (15.16) y en Hebreos 5.12-14 se la compara a la carne. Todas estas citas y muchas otras que podríamos agregar, prueban que la palabra de Dios alimenta el alma. Por esto es tan importante la lectura y el estudio bíblico, es importante dedicarle tiempo y ser disciplinados en el estudio. Y para concluir lo este párrafo anotamos lo que dice en 1 Jn.2.14: “Os he escrito, a vosotros jóvenes porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”.