DEPORTE: ASÍ “VENCIÓ” AL TIBURÓN TIGRE
Bethany, la superación no tiene límites
Bethany Hamilton era una promesa del surf, había sido segunda en el Campeonato Nacional sub-18, “montaba” olas de tres metros y competía con chicas mucho mayores que ella. Pero su futuro deportivo quedó truncado el pasado 31 de octubre, cuando un tiburón tigre la atacó mientras se entrenaba sobre su tabla, en Hawai. El escualo le seccionó su brazo izquierdo a la altura del hombro. Ella, con una impresionante serenidad, logró llegar a tierra. Su amor por este deporte y su fe cristiana han hecho que su recuperación sea asombrosa. Sólo una semana después de quitarle los puntos, se subió a su tabla. Tras un principio desmoralizador, con cada golpe de mar caía al agua, volvió a “surfear” y a participar en concursos. El pasado enero quedó quinta en los campeonatos escolares, y los estadounidenses la han convertido en su heroína.
La historia de Bethany Hamilton es la crónica de una luchadora. Una mujer de sólo 13 años que ha sabido sobreponerse a una experiencia traumática. Una adolescente como otra cualquiera a la que le gusta tocar la guitarra, estar con sus amigos y la familia, ir a la playa… Hasta hace unos meses su mayor preocupación era convertirse en campeona mundial de surf, y todo hacía indicar que podía conseguirlo. Tenía los requisitos necesarios: cualidades y patrocinadores. Sin embargo, hace menos de cuatro meses un tiburón le devoró su brazo izquierdo. Su carrera parecía truncada. Pero a la semana de que le quitasen los puntos, con las heridas aún recientes, Bethany volvió a subirse a su tabla y a remontar las olas. Dos meses y medio después del ataque regresó a la competición. Es muy difícil, casi una utopía, que pueda llegar a ser campeona de surf, pero ha demostrado que en esto de vivir pocos pueden vencerla. “Ser cristiana, la familia y los amigos me han ayudado en esta lucha”. Esta trágica competición comenzó el 3? de octubre de 2003, sobre las ocho de la mañana. El parte meteorológico anunciaba unas olas perfectas para practicar surf en la playa de Tunnels, en la costa norte de la isla Kauai (Hawai), zona de referencia para los surfistas. Bethany, una adolescente de ?3 años considerada una gran promesa de este deporte, se adentró en el mar para entrenarse, como hacía cada día desde hace cuatro años, con su amiga Alana. No habían pasado ni 10 minutos cuando la muchacha empezó a hacer aspavientos. Al principio, sus compañeros (Holt, el padre de Alana, y su hermano Byron) creían que hacía “el payaso”, porque remaba sobre su tabla de surf con un solo brazo. Sin embargo, mientras lo que para unos parecía una divertida escena, escondía un verdadero drama: la lucha por la supervivencia. Un tiburón tigre de unos cuatro metros y medio había confundido a Bethany con una presa. De un solo mordisco, el escualo se llevó un trozo de la tabla y le seccionó, a la altura del hombro, el brazo izquierdo. Por la mente de la pequeña estrella del surf –recientemente había quedado segunda en el Campeonato Nacional sub-18– pasaron dos cosas:“Si quiero salvarme tengo que llegar a tierra” y “¿perderé a mis patrocinadores?”. Pensamientos más adultos que adolescentes. De pronto, sus amigos empezaron a percibir que aquello no era una broma. El padre de Alana logró rescatarla del agua y le practicó un torniquete para detener la hemorragia. Mientras socorristas y surfistas iniciaron una desesperada búsqueda para encontrar el brazo, la joven era trasladada al Wilcox Memorial Hospital, de Lihue. Casualmente, Tom, el padre de la niña, se encontraba en ese mismo centro sanitario para someterse a una intervención leve de rodilla. “Estaba en el quirófano cuando alguien entró y dijo que un tiburón había mordido a una chica de 13 años. Enseguida, se dio cuenta de que únicamente podía tratarse de su hija o de Alana, la amiga de ésta. Después, la impotencia se apoderó de él. Era Bethany. Creía estar viviendo una pesadilla”. Quien describe este aterrador relato es Roy Hofstetter, amigo y representante de los Hamilton. Bethany fue operada inmediatamente para curar sus graves lesiones. Al día siguiente, pasó de nuevo por el quirófano, esta vez para limpiar la herida y cerrarla de manera que facilitara la futura implantación de un brazo ortopédico. “Es una muchacha extremadamente fuerte. Después de un tiempo y con la prótesis adecuada, podrá realizar el 95% de las cosas que hacía antes de la tragedia”, explicaba el cirujano David Rovinsky. “No soy una heroína”. Dos días después de la segunda operación, Bethany le comentó a un amigo que lo que más deseaba en ese momento era volver a hacer surf. Otros dos días después ya paseaba por el hospital y visitaba a otros enfermos, como un joven surfista afectado de un tumor. Sólo había pasado una semana desde el ataque cuando la joven regresó a su casa en Princeville (Kauai) y reanudó su vida, rodeada de su familia y su perro, Ginger. “Ella cree que logró llegar a tierra sólo porque cuando perdió el brazo Dios le tenía algo reservado. Ahora su objetivo fundamental es utilizar su propia experiencia para ayudar a otros. Quiere hablar de las mujeres que hacen surf y de su fe. Bethany no desea que digan que es valiente o una heroína. Sólo quiere ser natural, ser ella misma”, explica Hofstetter, su portavoz. Ha tenido que aprender de nuevo a mantener el equilibrio sobre la tabla y a no caerse al mínimo golpe de mar. En cuanto sus heridas se lo permitieron, con los puntos recién quitados, cogió de nuevo su plancha, empezó a dar paladas con su único brazo y se adentró en el mar. Y volvió a entrenarse con los ojos puestos en la competición. Su recuperación ha sido asombrosa, por algo los expertos de este deporte decían de ella que por sus venas corría “sal marina”. Tras el ataque, Bethany y su ejemplo de superación se han convertido en el objeto de todas las miradas. Tiendas de alimentos, fabricantes de ropa y de tablas de surf, propietarios de centros turísticos…, todos quieren asociar sus nombres con esta niña coraje. Televisiones, periódicos y revistas también se la disputan. “He hecho montones de entrevistas y sesiones de fotografías. Unas veces es divertido y otras un fastidio; unas son excitantes y otras aburridas. La semana pasada me invitaron a hacer snowboard en Colorado”, cuenta. “En cierto modo, espero que esto siga… Si no, quizá la gente no me conocería y no habría podido hacer snowboard”. Su entereza es impresionante, tanto que habla del accidente como si no lo hubiera sufrido ella. “La verdad es que cuando lo cuento no paso un mal rato. Es como si estuviera diciendo todo el tiempo ‘bla, bla, bla…’. Alguna vez había pensado en el peligro que suponen los tiburones. Todos los surfistas pensamos en ello de vez en cuando, pero no cuando estás sobre la tabla”. Según los últimos datos, en 2003 sólo en Hawai cuatro practicantes de este deporte fueron atacados por escualos. Puede parecer una adulta, pero en muchos aspectos es sólo una adolescente. Asiste a alguna entrevista con una camiseta que lleva impresa la frase “preferiría estar haciendo surf”, bromea con la pérdida de su miembro, salta de alegría si la dejan quedarse a dormir en casa de sus amigas, odia la música country… y asiste divertida a la atención que despierta. Incluso cuenta anécdotas, como aquella vez que estando en el aeropuerto, unos jugadores de fútbol le pidieron pósters firmados. O la ocasión en la que una señora que la siguió hasta el cuarto de baño de unos establecimientos y llamó a la puerta. “‘Querida, ¿está ahí?’, me preguntó, y se puso a contarme que su hija era una gran admiradora mía. ¡Si intentó que hablara con ella por su teléfono móvil! Eso fue lo más raro de todo, ¡que me persiguiera al baño!”, cuenta asombrada mientras mueve su largo cabello rubio. Aunque de momento la fama le divierte, perfiere el surf, ya que casi ha nacido sobre una tabla. Tenía cuatro años cuando sus padres, Cherie y Tom –un gran aficionado a este deporte–, la subieron por primera vez a una. Empezó a progresar y hacerse popular en Hawai. Competía con niñas mayores que ella, y a los siete años ganó su primer concurso fuera del archipiélago, en California. Pronto advirtieron las cualidades de la pequeña, y la familia Hamilton, incluidos sus dos hermanos mayores, Noah (21 años) y Timothy (17), decidió apoyar la carrera de la pequeña. Ahorraban para llevarla a las competiciones y muchas veces se apiñaban todos en la misma habitación de un motel. Su futuro parecía estar claro, sobre todo, tras conseguir el patrocinio de Rip Curl, un importante fabricante de artículos deportivos y de surf. Así, cuando otras niñas aún jugaban con muñecas, ella era un personaje célebre en este mundillo. Bethany se hizo famosa por ganar a chicas que la superaban en cuatro o cinco años y, sobre todo, por elegir siempre la ola más difícil, ésa sobre la que parecía imposible cabalgar. “Es muy agresiva sobre la tabla. Cuando bajaba una ola de tres metros a 120 kilómetros por hora sacaba la lengua. Es una de las atletas más fuertes del mundo”, comenta entusiasmado Hofstetter, el portavoz familiar. Un duro presente. Ahora debe competir con adolescentes de su misma edad y conformarse con montar olas que hace sólo unos meses hubiera encontrado ridículas. El pasado mes de enero, sólo 10 semanas después del ataque del tiburón tigre, consiguió llegar a una final. Quedó quinta en los campeonatos escolares, tras remontar olas de hasta metro y medio. Dicen que la organización quiso ofrecerle un trato de favor por su desventaja física, pero ella lo rechazó porque quiere participar en competiciones de máximo nivel. Sin embargo, es consciente de los obstáculos que debe afrontar. “Las principales dificultades son mantenerme en pie y bracear para alejarme de la tierra y coger la ola”, explica esta voluntariosa joven que no se ha dado por vencida. Su ejemplo la ha convertido, a su pesar, en toda una heroína, uno de esos personajes sobre los que se escriben libros (los Hamilton van a elegir el autor. “Si lo escribiera yo sería un desastre”, dice divertida Bethany) y se hacen películas. El hipotético filme ya tiene título provisional, La historia de Bethany Hamilton. Su representante, Hofstetter explica los detalles. “El guión será muy del estilo de Hollywood. Tom –el padre– va a traer a algún talento local que sepa hacer surf para que la película sea verosímil. Uno de los atractivos será que en los últimos 10 o 15 minutos Bethany y su amiga Alana se interpretarán a sí mismas”. Y continúa: “Es una película inspiradora y romántica”. A la joven no parece hacerle gracia y replica con desdén “¿romántica?”. Su madre, Cherie, está al quite y la tranquiliza, “no es esa clase de romanticismo. Es sobre la pasión por el surf”. Bethany calla, aunque en su bronceado rostro se refleja un gran alivio, porque para ella su gran objetivo son los Campeonatos Nacionales que se celebran el próximo mes de junio. Para esa fecha espera haberse adaptado ya a su prótesis, que le acaban de implantar en California. Los más de 35.000 euros que ha costado han sido sufragados en su mayoría con donaciones. Y después de tanto esfuerzo y superación, llega la pregunta clave: ¿Y si lo del surf no funciona? “Pues me gustaría dedicarme a la fotografía, pero no sé, sólo tengo 13 años”. Una respuesta muy adulta. La web oficial de la joven surfista con imágenes y enlaces a otras páginas, en: www.bethanyhamilton.com |
Orfa says
Me impresiono esta historia.
Dios la bendiga en gran manera.
America says
Es una bendición estos testimonios y el que atraves de este medio se transmiten,es admirable la fuerza que Dios le da a esta niña Dios te bendiga y logres tus sueños princesa