Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo.
La hierba se seca, y la flor se marchita,
porque el viento del Señor sopló en ella…
mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.
Isaías 40:6-8.
«¡Oh, abuelito, mira, todas las flores están dañadas!». Al igual que mi nieta me di cuenta de que el prado, al borde del camino, estaba lleno de hierbas secas y de flores marchitas. Después del trabajo matinal de la segadora y debido a un día muy soleado, el aspecto del campo había cambiado totalmente.
En la Biblia, la imagen de la hierba que se seca o de la flor que se marchita evoca el carácter efímero de nuestra existencia: “En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca” (Salmo 90:6). Independientemente de que estemos en la mañana o en el atardecer de nuestra vida, ésta puede acabarse muy rápido. Cuando llega la muerte, el cuerpo vuelve al polvo, y el espíritu a Dios (Eclesiastés 12:7).
Para el creyente, su espíritu estará en la felicidad de la presencia de Jesús (Filipenses 1:23), mientras su cuerpo espera la resurrección de vida (Romanos 8:11).
Cuando una persona no creyente muere, su espíritu espera el juicio (Hebreos 9:27), porque rechazó, cuando todavía estaba vivo en la tierra, la oferta de la gracia de Dios. Tendrá que sufrir, después de la resurrección de su cuerpo, la condenación eterna (Apocalipsis 20:12-15).
La flor marchita también evoca el contraste entre la gloria del hombre, que dura tan poco, y la palabra del Señor, que “permanece para siempre” (1ª Pedro 1:25). Esta palabra es la “simiente incorruptible” que da la vida eterna a todos los que creen en Jesucristo.
Fuente: Amen-Amen.Net
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