“Dios es Espíritu, y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y en verdad”.
El pensamiento sugerido aquí por el Maestro, es que debe haber armonía entre Dios y sus adoradores, así como Dios es, así debe ser su adoración. Esto está de acuerdo con el principio que prevalece en todo el universo: Buscamos la correspondencia entre un objeto y el órgano al cual éste se revela o se rinde. El ojo es una capacidad interna para la luz, y el oído para el sonido. El hombre que verdaderamente adorará a Dios, buscara, conociera, poseyera y disfrutara a Dios debe estar en armonía con Él, debe tener la capacidad para recibirle. Porque Dios es espíritu, debemos adorarle en espíritu. Como Dios es, así es su adorador.
¿Y qué significa esto? La mujer le había preguntado a nuestro Señor, si Samaria o Jerusalén era el lugar correcto de adoración. El le contesta que en lo sucesivo, la adoración ya no estaría limitada a un cierto lugar: “Mujer, créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre” (Juan 4:21). Como Dios es Espíritu, y no esta limitado por el espacio ni por el tiempo, sino que en su infinita perfección siempre y en todo lugar es el mismo, así su adoración en lo sucesivo no debería ser más limitada por el lugar ni por la forma, sino que debe ser espiritual así como Dios es espiritual. Una lección de profunda importancia.
Cuanto sufre nuestro cristianismo de esto, es decir, que la adoración es relegada a ciertos momentos y lugares. Un hombre que busca orar seriamente en la iglesia o en privado, pasa la mayor parte de la semana o del día, en un espíritu enteramente en desacuerdo con el espíritu que oró. Su oración fue la obra de un lugar o de una hora determinada, no de todo su ser. Dios es Espíritu: Él es el eterno y el que no cambia; lo que Él es, lo es siempre y en verdad. Nuestra adoración debe ser en verdad: Su adoración debe ser el espíritu de nuestra vida; nuestra vida debe ser adorar a Dios en espíritu así como Dios es Espíritu.
Fuente: Escuela de la Oración por Andrew Murray