I. C. JESUCRISTO VERDADERO HOMBRE
Hasta aquí vemos como el apóstol Juan en su evangelio nos ha pintado un cuadro maravilloso de la eternidad, en la que la divinidad de Jesucristo es puesta de manifiesto, ya sea en su eternidad pasada “con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” por boca del mismo Jesús, o también como el Logos encarnado, Dios hecho hombre.
Sin embargo, ni Juan ni los otros evangelistas como tampoco Pablo en sus escritos, dejan de pintarnos el cuadro de Jesucristo como verdadero hombre. Este es un hecho claramente enseñado en el Nuevo Testamento.
Los relatos de Mateo y Lucas en sus primeros capítulos nos verifican el hecho histórico de su nacimiento y presentando como su madre a la virgen María.
Y si no hay dudas que nació, menos puede haber que es un hombre.
Y como hombre era completo, poseyendo las tres partes esenciales de todo ser humano, es decir, cuerpo (Lc 24:39), alma (Mt 26:38) y espíritu (Jn 13:21).
Nació y vivió entre hombres en las mismas condiciones humanas que cualquier otro de su pueblo, sujetándose a todas las limitaciones humanas.
Se nos asegura que el creció y se desarrolló tanto en estatura como en sabiduría (Lc 2:52). Además vemos rasgos muy precisos de su humanidad en los relatos evangélicos, por ejemplo, se nos dice que tuvo hambre y sed (Mt 4:2; Jn 19:28), se cansó y tuvo que descansar (Jn 4:6; Mt 8:24).
Emocionalmente experimentó todos los rasgos sentimentales de la raza humana. Para citar algunos solamente: Jesús se enojó, amó y se entristeció (Mr 11:15-17; 10:21; Jn 12:27 y 11:35). Su sensibilidad es puesta de manifiesto cuando llega a la casa de su amigo Lázaro y se encuentra con que la muerte lo había arrebatado. Juan dice: “Y Jesús lloró.” El sintió como cualquier otro la pena de perder un ser querido. Y tal vez mucho más que eso, porque al ser El sin pecado, observaba con dolor el efecto del pecado en cada hombre. Su corazón se desangraba por una humanidad doliente y conquistada por la muerte.
También como hombre dio su vida “por amor”. Se sujetó a padecimiento y muerte, la muerte de cruz. Fue sepultado (como cualquier hombre) y resucitó por el poder de Dios la tercer día, pero no resucitó como un espíritu o un fantasma como algunos falsamente lo enseñan. Resucitó como un hombre, con un cuerpo humano glorificado. “El primogénito de entre los muertos” le llama Pablo. El primer hombre que sale airoso de la muerte. El la conquista. El es el primero. El está sentado hoy a la derecha del Padre con un cuerpo glorioso. Su cuerpo tiene forma de hombre.
El fue el primer hombre que llegó al cielo de esa manera. Así también tú y yo le seguiremos. No iremos desnudos, iremos con un cuerpo – “lo mortal se vestirá de inmortalidad” dice Pablo “y cuando ésto corruptible se haya vestido de incorrupción y ésto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria!” – 1 Co. 15:53b,54.
¿Saben cuál es la rabia que lleva el diablo desde la cruz hasta hoy? Que Dios pudiendo destruirlo con una sola palabra, lo humilló. ¿Cómo? Un hombre lo derrotó. El mismo hombre que el hizo caer en el Edén. Cristo descendiente de Eva e hijo de la virgen María lo derrotó muriendo en la cruz y resucitando al tercer día.
¿Para qué? Para que cada ser humano pueda hacer suya esta victoria.
Tu y yo somos victoriosos. Hoy el diablo ve en cada hombre y en cada mujer cristiana, la victoria de Cristo. No puede soportarlo. Si tuviera cuerpo haría crujir de odio sus dientes y arrojaría piedras contra cada cristiano, como lo hizo con Esteban, el primer mártir de la iglesia.
Pero ¿qué vio Esteban? ¿Un hombre derrotado? Todo lo contrario, el dijo: “veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios…” (Hch. 7:56). Allí en la gloria del cielo, está Cristo en victoria, y hacia allí caminamos nosotros.